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🔹 El cierre de Nissan en Morelos no es solo un hecho industrial: es un símbolo de ruptura con el modelo laboral mexicano que durante décadas apostó por ser una maquila de bajo costo.
🔹 Desde hace más de 40 años, el país adoptó una visión laboral precaria, donde el capital mexicano coexistía con dependencia tecnológica y escasa inversión en desarrollo.
Pero ese modelo ha mutado. Con la salida de actores clave como Grupo Modelo, el control ahora lo ostenta el capital estadounidense. Y con él, llegó la americanización laboral.
La reforma laboral de 2012 introdujo la flexibilidad en la contratación. El pago por hora, hoy eje del debate sobre la reforma de las 40 horas, se perfila como moneda de cambio empresarial.
En 2019, la conciliación obligatoria transformó los despidos. Hoy, el 80% de los casos se resuelve con dinero, no con justicia.
El salario mínimo, antes evitado, ahora cubre más del 50% del empleo formal, y se proyecta que aumentará. ¿La amenaza? Volver al pago por hora.
Las huelgas están en extinción: en 2024 se registraron menos de 20. Con los recientes cambios legales, esta figura vive más en la teoría que en la realidad.
La planta de Morelos marca el inicio de una segunda etapa: la desaparición de los contratos colectivos de alto valor. Estos contratos, respaldados por sindicatos independientes, están desapareciendo junto con las prestaciones dobles que representaban.
Solo sobrevivirán contratos como los de Pemex, CFE o universidades públicas. El resto del país se alinea hacia un nuevo estándar: salario mínimo, prestaciones básicas, cero huelgas y despidos negociados.
Lo que queda es un ecosistema laboral altamente controlado, con “derechos” vacíos, como la famosa ley silla o la NOM 035: normativas que suenan bien, pero que no transforman la realidad laboral.